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06/03/2020

8M: Día de las Mujeres

Las diferencias entre hombres y mujeres son un problema cuando de estas se derivan desigualdades en el acceso a derechos.

Las diferencias entre hombres y mujeres son un problema cuando de estas se derivan desigualdades en el acceso a derechos. Es decir, cuando en virtud de ellas se establecen relaciones de poder que afectan las condiciones de las personas. Esta situación es la que se observa en las relaciones dentro de las sociedades: los roles, los comportamientos y las actitudes de los hombres son más valoradas, lo que los coloca en una situación de mayor poder.

Un claro ejemplo se da cuando las mujeres asumen de manera casi exclusiva lo que se llama “trabajo no remunerado” y que incluye las tareas de la casa, la crianza de las/os hijas/os y el cuidado de las/os adultas/os mayores. Si bien esto está cambiando, estas responsabilidades siguen siendo prioritarias en la vida de las mujeres, mientras que los varones organizan sus vidas en función del trabajo fuera del hogar y, en general, se desentienden de aspectos como la escuela, la salud, la comida, el cuidado de hijos/as y/o adultas/os mayores o incluso hasta del lavado de la ropa.

Esta distribución de tareas tiene consecuencias desfavorables para las mujeres ya que implica una menor disponibilidad de tiempo para estudiar, tener un trabajo y, de tenerlo, seguir trabajando fuera de lo que se denominaría “trabajo formal”. Dada la dificultad de sostener estas actividades, obtienen menores ingresos que los varones y menores posibilidades de tener una jubilación en la vejez, lo que genera dependencia económica, social y sexual hacia el varón: no hay una individualidad ni pueden valerse por sí mismas, siempre es “en función de”.

Como contrapartida, del hombre se espera que sea la cabeza de la familia, el proveedor y que se desarrolle en el ámbito público. En este sentido, hay una premisa de desigualdad jerárquica entre el hombre y la mujer en el seno de la familia que se constituyó como algo “natural” y, si bien esta estructura va sufriendo modificaciones con el paso del tiempo, no deja de ser un modelo que determina y condiciona en diferentes aspectos la vida cotidiana en el siglo XXI.

Respetar la diversidad de género es un requisito fundamental y es importante tener en claro las diferencias entre los conceptos sexo y género. El primero designa el conjunto de características biológicas que se traen al nacer y que nos hacen “macho” o “hembra”; el género, en cambio, es una construcción cultural e histórica que define los comportamientos, actitudes y roles que corresponden a lo femenino y a lo masculino; nos indica cómo debe ser una mujer y cómo debe ser un hombre. Entonces, ¿por qué nos parece natural que las mujeres se ocupen de los cuidados o que sean las principales responsables del trabajo doméstico? ¿Hay algo en la biología de las mujeres que indique que esas tareas les corresponden? ¿Hay algo en la biología de los varones que les impida realizarlas?

Las características de cada género, que son construcciones culturales aprendidas en la familia, la escuela, el trabajo y la comunidad, se presentan como fundadas en el sexo, es decir, en las diferencias biológicas del macho y de la hembra. Es así que la sociedad en su conjunto considera que las mujeres están dotadas “naturalmente” para realizar las tareas de la casa, cuando de hecho son conductas aprehendidas que también podrían desempeñar los varones, si se los educara para ello. Es decir, se pretende presentar como “natural” algo que es del orden de la “cultura”.

Las desigualdades que afectan a las mujeres en general se perciben como naturales, como lo que “debe ser”; sin embargo, el concepto de género nos permite cuestionar esas desigualdades, entender que esa relación de poder es una construcción social y, por lo tanto, se puede transformar. Precisamente porque las ideas que tenemos respecto del género cambian con el pasar del tiempo.

Es importante, una vez más, tener en cuenta que el género se construye y que cambia en diferentes épocas y lugares. No hay pautas a seguir que impiden o limitan las posibilidades, ganas, deseos o sentimientos de las personas de expresarse o hacer cosas que generalmente son consideradas para un género determinado porque esto limita el acceso a los recursos, oportunidades y derechos. Estas pautas, que se denominan estereotipos de género, influyen en las actitudes y en la conducta de las personas.

Por último, es fundamental entender que estas pautas sociales (“las mujeres se quedan en casa y cuidan a los hijos/as y el hombre sale a trabajar y trae plata”) no hablan de lo que está “bien” sino que son solo costumbres. Y, con relación a la denominación de las personas respecto a su identidad de género, más allá de las categorías que existen ahora o que existirán en el futuro, lo más importante es el trato digno y el respeto de la identificación de cada persona con el género escogido. Por eso, respetemos la diversidad y fomentemos la igualdad.

Fuentes: Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y Capacitación INAP Ley Micaela.

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